jueves, 5 de mayo de 2011

Pañuelo de Tartán.

Él fue un joven Capitán del norte, era algo más alto que la mayoría de sus hombres, de ojos pardos aunque deseaba de corazón tenerlos tan azules como el mar que sólo vío dos veces en su vida, su pelo era del color del trigo que se cosecha en primavera y tan particular como él.
Como todo Capitán debía llevar su pañuelo, era lo único que le recordaba a sus tierras verdes y templadas que no veía desde su niñez y en la que dejó una vida hace años para comenzar otra como un hombre.

Junto a él ya no se encontraban sus viejos compañeros y amigos, la vida a veces da demasiadas vueltas mientras el destino baraja las cartas y uno debe jugarlas de cualquier forma, él lo sabía muy bien. Lllegó a entenderlo pasados unos años con su maestro, aquel que tuvieron todos los hombres y ninguno pudo superar mientras moría en el intento, el mismo tiempo que da sus lecciones sin piedad.
Él las llevaba marcadas en forma de cicatrices, algunas en su piel y otras en su duro corazón, pero las apariencias apelan más al reflejo que la reflexión y nadie llegaba a ver en él lo que ocultaba detrás del relfejo de sus ojos. Yo lo sé muy bien, el capitán moría cada noche cuando nadie lo veía, una lágrima rodaba por su mejilla de una herida de hacía 1.896 noches atrás hasta que revivía al día siguiente recordando que está una noche más cerca de su fin, prendiendo su pipa al lado de su cama y repitiendo la misma frase de cada día:

"Al carajo".

Se decía que tenía un hermano gemelo con el que hablaba seguido,  nadie jamás pudo verlo pero si, sentirlo.

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